sábado, 22 de mayo de 2010

SALUD, TERREMOTO Y TSUNAMI




Sigifredo Martin Vyhmeister

Para darse cuenta de la magnitud y el impacto que causó, causa y causará terremoto y tsunami del 27 de enero pasado en la salud de los chilenos, debemos de conocer como eran las condiciones anteriores a tal evento. Uno de los aspectos a considerar son las camas hospitalarias con que se cuentan.
Es así que se tiene conocimiento sobre el número de camas hospitalarias públicas con que se contaban en el año 1939 -1942, durante el gobierno de don Pedro Aguirre Cerda, era de 26.000 camas, número publicado en los Cuadernos Médicos Sociales, por el Ministro de Salud de esa época, don Salvador Allende Goznes, y la población chilena era de 3.500.000 habitantes.
Mas tarde con ocasión del primer censo nacional, y con el nacimiento del Servicio Nacional de Salud en el año 1953, se obtienen los primeros datos fidedignos sobre el número de camas hospitalarias públicas y que era de 24.572 camas, y la población chilena era de 4.000.000 de habitantes.
El sistema publico fue aumentando en forma constante, el número de camas alcanzando su peak el año 1979, y cuyo número nacional era de 34.782 camas.
Desde 1979 el número de camas hospitalarias publicas fue constantemente bajando, proceso que continúa hasta ahora. Esta tendencia a la baja se explica por varios factores, y es una tendencia mundialmente generalizada. Dentro de las explicaciones, esta el avance de la medicina, a las variables epidemiológicas, al aumento de la tecnología, que hacen que la permanencia de las gentes sea mas corta en los hospitales, como también los reenfoques que se les da a los pacientes crónicos y psiquiátricos, que son integrados a la familia y con ello a la comunidad.
Existe, sin embargo, una paradoja en la década de los años 1990, en donde se inauguraron hospitales, pero se redujeron el número total de camas.
Fue en esos años, por primera vez en décadas, que se construyeron hospitales nuevos y así como en la Región Metropolitana se construyen el hospital Padre Hurtado, el Pino y el San José, que aportaron de manera efectiva camas nuevas. Sin embargo la tendencia a la baja se mantuvo del número total de camas en la red, siendo el periodo entre los años 1995 y 2005 el periodo de mayor descenso.
Antes del terremoto, el número de camas públicas disponibles era de 26.372, y la población chilena alcanza a los 18.000.000 habitantes.
La OMS recomienda que se dispongan de 4 camas por 1000 habitantes, lo que hace que Chile necesitaba un número de 66.000 camas, número muy lejos de las que se contaban antes del terremoto. Sin embargo, a pesar de ello, los indicadores de salud, como es la mortalidad infantil, las esperanzas de vida, las morbilidades, como la mortalidad general, en el transcurso del tiempo desde la creación del Servicio Nacional de Salud en el año 1953, han ubicando a Chile en una situación expectante, a pesar de no cumplir las normas recomendadas internacionalmente en cuanto a disponibilidad de camas hospitalarias.
Es justo también reconocer que estos avances también colaboran otras variables como son la vivienda, el disponer de agua potable, el manejo de las basuras, y de contar con alcantarillado.
Con el terremoto se perdieron 4.731 camas, disponiendo la red publica actualmente de 21.641 camas, y cuyas distribuciones es variable según las regiones, siendo estas camas las únicas existentes en ciertas regiones, y en donde el índice ocupacional antes del terremoto era mucho mayor que el índice optimo.
El sistema privado, no tiene cobertura nacional, y el 86,6% de estas camas hospitalarias privadas se encuentran en la Región Metropolitana y en otros centros como son Viña del Mar, Concepción, Antofagasta y Arica, y tienen un índice ocupacional de 57%.
En la mayoría de las regiones no existen camas privadas, y en muchas regiones las Isapres recurren a las camas hospitalarias públicas.
Con el terremoto se produjeron 486 muertos y 79 desaparecidos, con 800.000 damnificados y con 200.000 viviendas destruidas, no incluyéndose en estas cifras los afectados
Un primer reporte post terremoto efectuado el 16 de marzo por la misión OPS y Minsal fue determinar el nivel de daños estructurales en la red hospitalaria, de manera de restablecer la red asistencial, para ello se realizó una evaluación de los daños en la infraestructura de salud, se reforzaron los sistemas de vigilancia epidemiológica en comunidades vulnerables, se reesforzó el control sanitario( manejo de basuras, roedores y saneamiento básico, manejo de escombros), provisión de agua potable, y vigilancia epidemiológica en albergues y campamentos, programas de equipamiento básico hospitalario y programas de vacunación, como también planes complementarios de salud mental se implementaron.
La situación de la red asistencial tras el terremoto es 130 hospitales con algún tipo de daño, de los cuales 54 hospitales tienen dificultades menores, 8 que requieren reparaciones profundas y 17 tendrán que ser reconstruidos completamente.
Una estimación de las pérdidas en salud se estima en US$ 2.700 millones en 25 hospitales, lo que constituye en diez veces lo invertido durante la última década
De los 130 hospitales con problemas 21 se encuentran en la Región de Valparaíso, 31 en la Región Metropolitana, 15 en la Región de O´Higgins, 13 en la región del Maule, 28 en la región del Bio-Bio y 22 hospitales en la Región de la Araucanía.
De un catastro de hospitales con daños, que corresponde al 71% de toda la red del país, se encuentran operando sin problemas 51, requieren reparaciones 54, y reparaciones estructurales 8.
Dadas las condiciones en la zona afectada, aumenta el riesgo psicosocial de la población expuesta a emergencias y desastres, es así como aumentan el stress post traumático, y afecciones mentales, fatigas, insomnios, irritabilidad, cefaleas, dolores musculares, etc.
Morbilidades que emergen posteriormente y que son gatillados, por la perdida de las condiciones de la vivienda, el hacinamiento, el almacenamiento y uso del agua, la calidad del agua potable, los riesgos ambientales que surgen como son las causadas por las excretas, los residuos sólidos, los escombros, la disposición de las excretas, la inocuidad de los alimentos, el surgimiento de vectores de enfermedad, la pérdida o la disminución de la higiene y el invierno, harán surgir la prevalencia de otras patologías que las existentes previo al sismo.
Para solucionar todos estos problemas o prevenirlos deberán destinarse muchos recursos. Para reparar las infraestructuras hospitalarias, y prevenir las posibles patologías para la cual deberán implementarse programas extraordinarios de vacunaciones, como son para la hepatitis A y la fiebre A1H1, y un saneamiento ambiental posible.

domingo, 16 de mayo de 2010

Un laicismo para los días presentes



Luis Riveros Cornejo
Publicado en La Nación el 04 de mayo de 2010


El laicismo brindó una larga lucha republicana durante las tres primeras décadas del siglo XX por lograr independencia entre el Estado chileno y la Iglesia. No estuvo tal debate desprovisto de fuerte controversia, en la cual terciaron tanto los viejos adalides de la masonería, fuerte en el sector educacional y con influencia en los gobiernos de la República, aún de distinto sello, como asimismo los más conspicuos conductores de la Iglesia. José María Caro, por ejemplo, más tarde cardenal de la misma, escribió un opúsculo en los tempranos ’30, denominado “Descorriendo el velo”, en el cual acusaba a la masonería de una serie de prácticas que la convertirían en una institución execrable. El progreso en materia intelectual, la mayor apertura que ha ido logrando la sociedad chilena, la mayor tolerancia y respeto por las ideas ajenas, y la evidente mayor diversidad que prevalece a nivel de la composición social, han puesto esos viejos debates en una perspectiva distinta y mayormente constructiva.
Quizás tuvimos que esperar mucho. La experiencia de las dictaduras en el mundo durante el siglo pasado, nos enseñó que la tolerancia era efectivamente una herramienta de progreso social que debía conseguirse activamente. La intolerancia había conducido a la tragedia nazi en Europa, como también al desastre que significó para España su guerra civil y la posterior dictadura franquista. El ideologismo sumado a la intolerancia llevaron a las dictaduras tras la cortina de hierro, que silenciaron y persiguieron a quienes no compartían las opiniones oficiales. Fue esa intolerancia la que condujo progresivamente a la sociedad chilena a un enfrentamiento que terminó trágicamente y que se prolongó en una dictadura militar que persiguió por ideas. Por eso, la discusión sobre laicismo y tolerancia se coloca hoy en una perspectiva distinta, separando los temas políticos de aquellos religiosos, luego de haberse experimentado tanto dolor y fracaso en medio de tanto sufrimiento de sociedades enteras.
La lucha del laicismo hoy, en todo el mundo, se vincula con defender la libertad de pensamiento, ese viejo ícono de las sociedades occidentales construidas durante el siglo XIX y comienzos del XX. Libertad que necesita, indudablemente, que el Estado no responda a un cierto pensamiento, un conjunto de ideas que lo hagan parte de uno de los sectores que se disputan la fe de los creyentes. En el ámbito del respeto por todos se ha ido avanzando en construir estados que no sólo han de respetar, sino proteger el pensamiento de todos, como sus opciones valóricas, religiosas y políticas. En tiempos de las viejas luchas por el Estado laico, eso era visto como un simple desaire a la potestad que debía ejercer la religión mayoritaria sobre las demás, garantizando ser una especie de vigilantes respaldados por un potente Estado; la Inquisición no fue sino una muestra de esa forma de “protección”. Hoy nos resulta más natural aceptar que hay distintas formas de ver al mundo, que todas deben respetarse y que el esfuerzo común debe estar justamente en eso: construir normas de mutuo respeto. En definitiva, eso es la democracia en su perspectiva más profunda y significativa.
Por eso hoy también en muchos países, la masonería y las iglesias trazan caminos compartidos por construir ese respeto por las instituciones y por la libertad del hombre, protegiendo la diversidad esencial en nuestra sociedad humana. En el pasado las luchas eran más encarnizadas, como también las persecuciones que aludían a los masones como practicantes de ritos infernales o simplemente ofensivos al pensamiento religioso. Hoy, cuando muchos masones pertenecen a los distintos credos religiosos y se comprometen a buscar una verdad en común, bajo la aceptación de las ideas de otros y una fórmula común que les permita a cada cual adorar a su propio Dios, las cuestiones han pasado a un terreno menos emocional y mucho más racional. Al fin y al cabo, se descubre que al final del camino es el humanismo la gran piedra angular para construir una sociedad de respeto, crecimiento moral e intelectual y protección a las ideas de cada uno.
Muchas veces se ha hablado de educación laica como opuesta a aquella que se brinda bajo el amparo de una iglesia. En verdad, toda la educación debe ser laica en la medida en que seamos capaces de presentar ante nuestros niños y jóvenes las verdades fundamentales, practicando el “Conocer para creer”. Laicos y religiosos tienen mucho que compartir en el marco del respeto mutuo y de las preocupaciones compartidas por el ser humano, su progreso y realización material

lunes, 3 de mayo de 2010

EL ENEMIGO DE LA IGLESIA




Sebastián Jans

Después de pedir perdón a nombre de la Iglesia Chilena, ante los hechos que la han conmocionado, monseñor Alejandro Goic, presidente de la Conferencia Episcopal ha concedido una entrevista al diario “La Nación”, publicada en la edición dominical del 25 de abril pasado.
Lo hizo para explicar una vez más la situación que envuelve a la Iglesia Católica, no solo en Chile sino en distintos escenarios en que ha tenido que enfrentar denuncias y escándalos por la actuación de sus pastores, que han incurrido en delitos y en acciones que afectan a niños y adolescentes.
En la parte final de la entrevista, Monseñor Goic responde frente a los juicios que la Iglesia está enfrentando en Estados Unidos y Europa, que “hay una corriente que quiere arrinconar a la iglesia” e identifica esa corriente como el “laicismo radical”. Remata posteriormente que la Iglesia en el siglo pasado se enfrentó al nazismo, al fascismo y al comunismo, y que “hoy está enfrentada al laicismo”.
Hay muchos antecedentes que propician la convicción que, en lo que se refiere a la jerarquía de la Iglesia, en los dos primeros casos mencionados no se puede hablar de manera tan concluyente, salvo ante personas desinformadas. El laicismo si lo hizo categóricamente. Le reconocemos a la jerarquía de la Iglesia, no obstante, sin discusión, el enfrentamiento con el comunismo, por la condición doctrinariamente atea de aquel, por lo menos en los autodenominados “socialismos reales”.
Pero, lo que resulta una aberración es establecer una correlación entre aquellos movimientos ideológicos y el laicismo. De hecho es una afirmación que agravia a quienes desde el pensamiento laico, han respetado a la Iglesia y su derecho a proclamar su fe, pero con la cual mantiene profundas discrepancias por cuestiones fundamentalmente temporales, con aspectos que tienen que ver con materias propias de una discusión doctrinal sobre lo secular, no con lo religioso.
Señala el presidente de la Conferencia Episcopal, que se le pretende privar a la Iglesia de su capacidad de influir en las conciencias, en las leyes o la concepción del mundo. El laicismo reconoce el derecho de la Iglesia a influir en las conciencias de quienes se sienten llamados por el mensaje pastoral, y es su derecho difundir su concepción del mundo. Lo que el laicismo considera impropio, es que ese mensaje pastoral y la concepción católica del mundo, determinen el carácter de las leyes de un país, cuando este presenta en su composición social y cultural una diversidad de opciones de conciencia. Las leyes son para todos los habitantes de un país, por lo cual, estas deben recoger la realidad plural de su sociedad en términos de conciencia, en términos de creencias, en términos de espiritualidad.
Es más, el laicismo lo que busca es garantizar leyes fundadas en su validez ética tanto para creyentes y como para no creyentes. Busca que el Estado refleje en sus leyes y acciones la representación y la presencia de toda la diversidad de su componencia societaria. No persigue ni atenta contra el ejercicio religioso, y no se siente enemigo de las opciones religiosas. Mal puede ser enemigo de la Iglesia Católica, aunque haya con ella profundas discrepancias en la forma de construir la vida social. En lo que a Chile se refiere, definitivamente no hay enemigos de la Iglesia Católica en el laicismo.
Monseñor Goic está equivocado si busca enemigos entre los laicistas. Los enemigos de la Iglesia están dentro de ella misma. Bien sabe que la explosiva presencia del caso Karadima en los medios, al día siguiente de que la Iglesia pedía perdón por los casos de pedofilia, está en los propios trascendidos y fuentes de la misma Iglesia Católica. No hay laicistas confabulados en los diarios vinculados a El Mercurio o a COPESA, para destruir a la Iglesia y arrinconarla en sus templos. No hay laicistas involucrados en la sórdida lucha de poder que conmueve a la Iglesia chilena, ad portas de designar el reemplazante de Francisco Javier Errázuriz.
Los enemigos de la Iglesia Católica están nítidamente corporizados en sus pastores, que han abusado de niños, en algunos casos de manera sistemática, agraviando a las victimas y sus familias, y a través de ellos a toda la sociedad. No es una acción perversa de un laicismo radical que actúa contra la Iglesia Católica lo que ha convulsionado a Europa, Estados Unidos y a América Latina, que una cantidad no despreciable de pastores de la Iglesia terminen abusando de menores de edad, aún ostentando cargos relevantes dentro de una jerarquía local, nacional o congregacional.
No es culpa del laicismo que reiteradamente se haya protegido y se siga protegiendo a los trasgresores, ya que, ante una denuncia determinada, no se han puesto los antecedentes ante la justicia, sino que se han enviado a los protagonistas de las acusaciones fuera del país en que los delitos pudieron configurarse; en fin, que la Iglesia encubra o ponga a buen recaudo a los culpables.
No viene absolutamente a cuento, que monseñor Goic centre los problemas de la Iglesia en un escenario distinto a lo que la realidad está determinando. Ha sido un ex sacerdote norteamericano, Patrick Wall, que era miembro de la comunidad de fe de la Iglesia, actual abogado de las víctimas, quien ha afirmado que pedirle disculpas a las víctimas y a Dios, no es suficiente, y que los curas abusadores de niños siguen predicando.
Afirma Monseñor Goic que el laicismo quiere minar a la única autoridad moral en el mundo que sigue defendiendo valores esenciales. La afirmación merece dos comentarios.
El primero, que constituye una soberbia arrogancia pretender ser la única autoridad moral en el mundo, y un despropósito, cuando todos los 18 de septiembre se realiza la catedral de Santiago un Te Deum Ecuménico, que reúne a distintas confesiones por invitación de la máxima autoridad de la Iglesia Católica chilena, y cuando el Papa se reúne con otras religiones en Ratisbona. Definitivamente, la moral de una sociedad no es un constructo exclusivo de la Iglesia o solo del catolicismo.
El segundo, que el socavamiento de su autoridad moral tiene que ver con lo que han sido las prácticas de los pastores a través de los tiempos, no solo frente a las actuales y dolorosas contingencias que podrían llevar al Papa a los tribunales por acciones de encubrimiento, sino por todos los errores frente a lo temporal, o por sus relaciones con el poder o su práctica del poder, o por su propensión histórica a una irracional hegemonía. La Iglesia Católica ha hecho muchas cosas buenas en su historia, pero cuando ha hecho cosas malas, ha cometido acciones que no solo se pueden exculpar con el perdón y la contrición.
En consideración a lo expuesto, frente a una Iglesia en crisis profunda o frente a una Iglesia insuflada de confianza en sus vinculaciones con los poderosos, el laicismo seguirá sosteniendo lo mismo: el derecho de los que no practican la fe católica a tener que obedecer esos principios y valores por acción de la ley o del Estado, convertidos estos en instrumentos al servicio de la fe católica. El laicismo seguirá enfrentando en el plano de las ideas al confesionalismo, esto es, a la pretensión de una fe en particular de imponer por la fuerza su fe a toda la sociedad, a partir del control político del Estado y de las leyes.